Todos  hemos escuchado acerca de la singularidad y centralidad de su figura en  Córdoba para la poesía, cómo él resultó clave para la agitación  cultural cordobesa, que después pasaría de la Posada del Potro y la Casa  del Ciprés a los bares. Su nombre, recubierto de todo el cariño  acumulado con los años, aparece con frecuencia en las conversaciones  acerca de los inicios de gran parte de los poetas cordobeses -entonces, a  principios de los 90, aún estaban empezando- que se reunían en el Aula  de Poesía de la Posada del Potro. Él, Pedro Roso, les mostraba lecturas, ponían en común versos, intercambiaban experiencias... Y, al final, con los años, cada cual encontró su voz y se hizo mayor  poéticamente. Sin embargo, lo que allí bullía era más que una nueva  sensibilidad, un primer impulso poético de unos autores entonces  primerizos, aunque apenas queda la leyenda.  
Más  allá de ella (recordemos que, a veces, si es mejor la leyenda que la  historia, cabe olvidar la historia para escribir la leyenda, si bien, en este caso, hay que optar por la historia), el hombre  del paraguas se propone en esta edición de Cosmopoética rendir tributo a  la figura de Pedro Roso y, con ello, rememorar, casi a modo de charla  vespertina en torno a una mesa camilla y al café (pero al anochecer y  sin café ni mesa), la amistad que surgía ya entonces entre este peculiar  grupo de escritores jóvenes, así como las enseñanzas y lecturas de  aquellos días. Será como si de un momento a otro, a Eduardo García, José  Luis Rey, José Daniel García, Jesús Aguado, Pablo García Casado,  Antonio Luis Ginés, Juan Cobos Wilkins y Federico Abad, los  participantes en esta velada, fueran a brotarles fotografías de los  ojos, salpicadas por algún ruido sordo y algún que otro eco de aquel  poso poético que comenzaba a forjarse y que hoy constituye el bagaje con  el que se enfrentan a la página en blanco. 
 La  Posada del Potro se tornará el día 30 de septiembre a las 21 horas como  un viaje en el tiempo-reencuentro de amigos que nos trasladará al  intercambio de experiencias de aquellos días. Desde entonces, la poesía  ha residido ocasionalmente en la Posada, pues esta no ha dejado de ser un  lecho, un lecho fértil, para todos aquellos que con el cuaderno a  cuestas murmuraban versos. 
 De  alguna manera, rendir homenaje a Pedro Roso supone un reconocimiento  extensible a la labor de todos los profesores, los maestros, que fueron  claves -que siguen siendo claves, ya sea desde el instituto o la  facultad- para la poesía que emerge en Córdoba, por hacer que esos  jóvenes que esbozan versos se atrevan a alzar la voz y a seguir  trabajando-trabajando-trabajando en más versos, más poemas. 
pálida señorita del paraguas

 








 
 

