martes, 2 de octubre de 2012

Grandes preguntas en pequeños talleres

El hombre del paraguas apuesta por los talleres porque sabe que es en estos espacios, en los que se entrena el oficio y se convive con otros aspirantes, donde surgen, de un momento a otro, de manera inesperada, las grandes preguntas, que ni siquiera los que los imparten son capaces de responder para sí en su día a día. Ante el estupor por su formulación en público no queda sino debatir y autocuestionarse (para dentro), porque la respuesta puede que no exista.

Taller ¿Y por qué no? Fotografía de Lola Araque

¿Contar o no contar una historia de familia que puede causar dolor en el entorno más cercano? Y una bomba de perplejidad estalla en medio de la sala de juntas de la Facultad de Filosofía y Letras donde Matilde Cabello imparte el taller ¿Y por qué no? Los participantes se miran unos a otros e intercambian opiniones. Hay partidarios de escribir decididamente, otros que hablan de escribir, guardarlo en el cajón y romperlo con el tiempo, los que insisten en calcular el dolor y los daños derivados del mismo… A la sesión asisten, como invitados, Joaquín Pérez Azaústre y Araceli S. Franco. También ellos se interrogan entre sí. Desconocen la respuesta pero hablan de su experiencia. Después, una de las integrantes del taller sentencia: “Si la historia está ahí, hay que escribirla”
Guillermo Busutil en la sesión final del taller de cuento. Fotografía de Lola Araque

¿Qué hacer para alargar una historia, para pasar de las 50 páginas? Y todos ríen en el taller Cómo escribircuentos, de Antonio Luis Ginés y Francisco A. Carrasco. Piensan: “he aquí el quid de la cuestión”. Uno de los participantes tiene recogido su viaje a Cuba en 50 páginas. Un amigo lo ha animado a prolongar la historia y él, decidido, ha aceptado el reto, pero no sabe qué más hacer. Francisco A. Carrasco le propone aumentar las descripciones, adentrarse en otros personajes…, mientras Guillermo Busutil, el invitado especial del taller, también duda sobre la respuesta. Advierte del peligro de hacer crecer y crecer la historia para que esta termine por descontrolarse y, así, disgregarse. Apuntan algunas otras cuestiones entre todos y al final… queda un poco en el aire. Pasan a hablar de los finales, de los finales con efecto retardado.
Eduardo García y sus talleristas. Fotografía de Lola Araque

En el Taller de Poesía de Eduardo García aún se están germinando las preguntas dentro de las rocas, porque Eduardo habla de sus talleristas como piedras, que ya albergan la esencia de lo que serán, pero a las que hay que esculpir para hacer que su propia voz aflore. De momento trabajan el primer verso, hacer que este prometa mucho sin comprometer nada, y aguardan impacientes la visita de Pere Gimferrer y Luis Alberto de Cuenca. 
Javier Álvarez, durante el cuando. Fotografía de Lola Araque.

Por su parte, Javier Álvarez, aún se encuentra en el “cuando” del Cuando haces pop, porque, según explica, cada sesión se corresponde con una palabra. Cuando es el momento de presentarse, exponer la experiencia propia, precisar que bastan tres acordes (Sol-do-re) para esgrimir una melodía y desterrar la culpa y el pedir perdón, porque en la canción POPular “ocurre de todo; esto es una sorpresa continua” y aún queda el haces y… el POP.

Pálida señorita del paraguas

PD: Del taller de Matilde Cabello han salido "Los chicos del menú" y darán de qué hablar, con sus reuniones periódicas en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras al mediodía. "Eso del menú baratito es muy de escritor", precisaba Joaquín Pérez Azaústre al enterarse de la iniciativa.

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