El hombre del paraguas apuesta
por los talleres porque sabe que es en estos espacios, en los que se entrena el
oficio y se convive con otros aspirantes, donde surgen, de un momento a otro, de
manera inesperada, las grandes preguntas, que ni siquiera los que los imparten
son capaces de responder para sí en su día a día. Ante el estupor por su formulación en público no queda sino debatir y autocuestionarse (para dentro), porque la respuesta puede que no exista.
¿Contar o no contar una historia
de familia que puede causar dolor en el entorno más cercano? Y una bomba de
perplejidad estalla en medio de la sala de juntas de la Facultad de Filosofía y
Letras donde Matilde Cabello imparte el taller ¿Y por qué no? Los participantes
se miran unos a otros e intercambian opiniones. Hay partidarios de escribir
decididamente, otros que hablan de escribir, guardarlo en el cajón y romperlo
con el tiempo, los que insisten en calcular el dolor y los daños derivados del
mismo… A la sesión asisten, como invitados, Joaquín Pérez Azaústre y Araceli S.
Franco. También ellos se interrogan entre sí. Desconocen la respuesta pero
hablan de su experiencia. Después, una de las integrantes del taller sentencia:
“Si la historia está ahí, hay que escribirla”
¿Qué hacer para alargar una
historia, para pasar de las 50 páginas? Y todos ríen en el taller Cómo escribircuentos, de Antonio Luis Ginés y Francisco A. Carrasco. Piensan: “he aquí el
quid de la cuestión”. Uno de los participantes tiene recogido su viaje a Cuba
en 50 páginas. Un amigo lo ha animado a prolongar la historia y él, decidido,
ha aceptado el reto, pero no sabe qué más hacer. Francisco A. Carrasco le
propone aumentar las descripciones, adentrarse en otros personajes…, mientras
Guillermo Busutil, el invitado especial del taller, también duda sobre la
respuesta. Advierte del peligro de hacer crecer y crecer la historia para que
esta termine por descontrolarse y, así, disgregarse. Apuntan algunas otras
cuestiones entre todos y al final… queda un poco en el aire. Pasan a hablar de
los finales, de los finales con efecto retardado.
En el Taller de Poesía de Eduardo
García aún se están germinando las preguntas dentro de las rocas, porque Eduardo habla de sus talleristas como piedras,
que ya albergan la esencia de lo que serán, pero a las que hay que esculpir
para hacer que su propia voz aflore. De momento trabajan el primer verso, hacer
que este prometa mucho sin comprometer nada, y aguardan impacientes la visita
de Pere Gimferrer y Luis Alberto de Cuenca.
Por su parte, Javier Álvarez, aún
se encuentra en el “cuando” del Cuando haces pop, porque, según explica, cada
sesión se corresponde con una palabra. Cuando
es el momento de presentarse, exponer la experiencia propia, precisar que
bastan tres acordes (Sol-do-re) para esgrimir una melodía y desterrar la culpa
y el pedir perdón, porque en la canción POPular “ocurre de todo; esto es una
sorpresa continua” y aún queda el haces
y… el POP.
Pálida señorita del paraguas
PD: Del taller de Matilde Cabello han salido "Los chicos del menú" y darán de qué hablar, con sus reuniones periódicas en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras al mediodía. "Eso del menú baratito es muy de escritor", precisaba Joaquín Pérez Azaústre al enterarse de la iniciativa.
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