miércoles, 3 de octubre de 2012

Contra la épica

Leopoldo María Panero advierte en la película El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) que mostrar la historia de la familia debiera resultar romántico y lacrimógeno, pero que “la realidad es demasiado deprimente”. Quizás esta afirmación lo que refleje todo. Porque pese a que Javier Fernández durante la presentación anterior a la proyección del film decía “hoy es un buen día para los que aman la poesía”, los reunidos en la Filmoteca de Andalucía –en una tarde astorgana de verano- no iban a toparse con la poesía más allá de un nombre –el legendario Leopoldo María Panero- y unos versos murmurados vagamente por este, sino con la épica que reivindica la figura del héroe y ensalza sus hazañas, siempre a medio camino entre la realidad y la ficción. Una épica construida a través de la expresión oral, de los diálogos, familiares en el caso de los en blanco y negro e improvisados en los de a todo color (y en directo).


 Fotograma de El desencanto (Jaime Chávarri, 1976)

Entre dos ingenieros que no ejercen como tales, Javier Fernández y Fernando Vacas, aparecía en el escenario Leopoldo María Panero, a modo de presentación de esta película, un híbrido entre documental y ficción (a base de personajes reales), que podría entenderse –en este contexto cósmico- como un poema novísimo. “Brilla como una rareza dentro de lo que es el cine español”, comentaba Fernández sobre esta obra de Jaime Chávarri, cuya atmósfera se expandía por toda la sala embriagando a los asistentes. Sí, el desencanto llegaba como algo más que el desencanto del franquismo o el desmoronamiento de una familia.
Hubo muchos elementos de épica: las cuatro coca-colas, citar que Bolaño habla de él en 2666 o insistir en que la CIA lo persigue. Vacas llegó (incluso) a decir: “Después de los Rolling Stone está Panero”. Pero también la épica se quebró casi con la misma intensidad que con las palabras de Leopoldo María en la película –“yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos”- cuando este bajó del escenario para sentarse en una butaca. Nuestro héroe, en el que perdura ese gesto que observamos en la pantalla de introducir la mano en la camisa para tocar el pecho, se pasaba del verde de las sillas del escenario al naranja de las butacas y huía de las escenificaciones. 
Leopoldo María Panero, sentado entre el público, en la primera fila. 
Fotografía de Lola Araque

Como nos recuerda Michi Panero hacia el final de la película, para estar desencantados antes hay que estar encantados o quizá, como también apunta el hermano menor, simplemente el desencanto es una cosa impuesta, como la épica. También la épica viene dada y no se combate con epitafios.

Pálida señorita del paraguas

PD: Y esto era solo el primer asalto Novísimo. A partir de esta tarde, más leyenda. Estaremos retransmitiendo en directo las mesas de los Novísimos a través del hashtag #novisimos (en minúscula y sin tilde). Que nadie diga que no poder trasladarse a la ciudad del hombre del paraguas es excusa para perderse un reencuentro histórico.

4 comentarios:

  1. Muy buena esta entrada, en todos los sentidos. No se puede contar de una manera más lírica un acto que se pareció de lejos a la poesía.

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  2. De acuerdo por completo. Ayer tarde, Pere Gimferrer comentaba algo así : " La poesía habla de cosas imposibles". La pálida señorita...también. El encuentro con Panero parecía indescriptible, pero ella lo consiguió. Rescató la poesía de los ojos desencantados, de la compulsión y de la falsa máscara de algún "héroe" local.

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  3. En lenguaje coloquial: ni el lirismo ni la épica aparecieron por ninguna parte. Aquello fue un acto vergonzoso, rozando lo inhumano, ya que exhibir a un enfermo mental como un animal de circo no responde a la dignidad humana. Y sin dignidad no hay poesía.
    Yo tuve que irme porque no podía soportar tanta verguenza. Se ve que no soy tan moderno como algunos personajes que gustan de hacerse fotos con los malditos, cueste lo que cueste.
    Gracias pálida señorita, pero no, no cuela.
    David Lynch

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  4. No creo que al verdadero David Linch se le hubiera escapado que, en lo que respecta a la labor periodística, la evidencia no puede negarse, algo obvio para todas las personas presentes en la sala. No obstante, en lenguaje coloquial, cada quien es libre de expresar lo que percibió del modo que le plazca, y, sin faltar a la verdad, en esta entrada se desprende el análisis, difícil, por otra parte, de lo que sí, fue un acto lleno de contradicciones, como la vida real cuando nos encontramos ante personas
    cuyo sentido del protocolo y las buenas formas ha quedado atrás, pero se trataba de hablar de la película, de Panero, de lo que representó. No de su estado mental o físico, que resultó más que patente. Tal vez le hubiera parecido a usted mejor que se cebara en describir morbosamente la situación, o el modo en que se desarrollaron los acontecimientos, imprevistos por completo.
    El lirismo no estaba en el acto en sí, ni la épica, pero lo está en la percepción de quien escribe, que es lo que estamos debatiendo, al menos en lo que a mi respecta. Como dijo alguien que sabe mucho más que yo: "el objeto es objetivo y el sujeto es subjetivo".

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