domingo, 30 de septiembre de 2012

La grieta observa las primeras voces del mundo

“En esta eterna primavera de otoño”, comenzaba Roberto Loya, “la lluvia no moja al hombre del paraguas sino que lo afirma (…). Vengan las primeras Voces del Mundo”. Y llegaron, mientras llovía tremendamente y la ciudad era invadida por hombres del paraguas. Javier Lostalé, Jesús Aguado, Juan Cobos Wilkins y Adolfo Cueto inauguraban el ciclo Poetas del Mundo en Córdoba con los ojos puestos en la grieta de la Sala Orive. Jesús Aguado advertía que, si se leían poemas malos, la grieta se abriría y todo se vendría abajo. Por eso el público, expectante, no paraba de mirar la grieta de reojo y comprobar que seguía iluminada, paciente, escuchando.


La grieta, inmortalizada por Lola Araque (tras la cámara)

Javier Lostalé comenzó con su poema “Otoño”, de La estación azul, muy acorde a las circunstancias pseudoinvernales del exterior, para pasar después a la búsqueda de la quietud y a las nubes (“Las nubes nos ignoran pero hay en ellas un soplo carnal”). Pasaba la palabra a Jesús Aguado, que comentaba, antes de iniciar su lectura, el temor que le había despertado encontrarse con una necrológica de un tal Juan Cobos al abrir el periódico. Poco después comprobaba que su compañero de mesa (y de taberna) seguía en el mundo, con la misma voz vibrante que rebusca en la memoria perdida de la madre en Mater (sin duda el momento más emotivo de todo el recital).

Quizás lo más tierno fuera la llamada de la hija de Jesús Aguado, Ada, de seis años, poco antes de iniciar el acto, para exigirle a su padre que leyera sus poemas preferidos, entre ellos El oso de peluche, una nana en la que los ositos cantan y viajan a bordo de un iceberg y hay astronautas en planetas melocotón y topos extraterrestres, y el de la ranita, un haiku que consiguió salvar de un monzón a una rana: “Salta ranita/ el escalón es grande/ pero no existe”. Y la ranita saltaba finalmente y se salvaba. Para que luego digan que la poesía no sirve para nada, precisaba Aguado. Al menos, salva ranitas en medio de un monzón y luego provoca llamadas matutinas de hijas ansiosas por saber que su poema preferido será recitado kilómetros más allá.
De izquierda a derecha, Roberto Loya, Jesús Aguado, Javier Lostalé, Juan Cobos Wilkins y Adolfo Cueto.
Miran la grieta y la lluvia.
Fotografía de Lola Araque

Entre bromas por su posible fallecimiento, Juan Cobos Wilkins, al canto de “más poesía y menos policía, se adentraba en Para qué la poesía. Para escribir, para sanar, concluye, porque también desde el olvido se llega a la pureza del lenguaje. Tras él, Adolfo Cueto, con poemas intimistas que exploran las raíces propias y lanzan una petición: “Recuerda nuestro amor para siempre cuando tú y yo ya no estemos(…)”.

A estas alturas, pasadas las 13.20h, ya no llovía e, incluso, algunos pájaros se posaban sobre los cuadraditos de cristal del techo de la Sala Orive. Las últimas palabras entonces:
-La grieta de Orive, Jesús. Dime si sigue en su sitio.
-Me he estado fijando durante toda la lectura en la grieta (…). Yo creo que hemos cumplido.

Pálida señorita del paraguas

PD: Después llegó la inauguración oficial de Cosmopoética con Carmen Linares en el escenario. El cosmoequipo, guapos y arregladitos todos, se arremolinaba en la puerta del Teatro Góngora con ánimo celebratorio. Hoy empezamos con el ritmo frenético, pero anoche aún quedaba tiempo para festejar que estamos en marcha y que la poesía aún nos hace vivir.

Carmen Linares. Fotografía de Lola Araque

2 comentarios:

  1. Maravillosa entrada. Increíble luz la de la Sala Orive, misteriosa grieta henchida de versos.

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  2. Últimamente pienso que las grietas no son del todo negativas. Como no soy arquitecta, imagino que en la conjunción de fuerzas que confluyen, alguna ha de ser más potente que otra, luego se trata de algo natural: la solidez de la arquitectura, depende, como la mayoría de las cosas que nos importan, de la condición humana. La imperfección es hermosa siempre que no se nos venga abajo la estructura. Sin embargo, confío en esa grieta centenaria. Algo bueno ha de filtrarse por ella. Los versos, la lluvia, cada día que pasa, las plantas que surgen improvisadamente... Estamos a salvo, su perfil ondulante no amenaza la llegada de voces nuevas.
    El post-cos inauguración fue genial.

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